Un escorpión, que deseaba atravesar el río, le dijo a una rana:-Llévame a tu espalda.-¡Qué te lleve a mi espalda! -contestó la rana- Ni pensarlo. Te conozco. Si te llevo a mi espalda, me picarás y me matarás.-No seas estúpida-le dijo entonces el escorpión- No ves que si te pico te hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar, también me ahogaré.Los dos animales siguieron discutiendo hasta que la rana fue persuadida. Lo cargó sobre su resbaladiza espalda, donde él se agarró y empezaron la travesía.Cuando estaban en medio del gran río, allí donde se crean los remolinos, de repente el escorpión picó a la rana. Ésta sintió que el veneno mortal se extendía por su cuerpo y, mientras se ahogaba, y con ella el escorpión, le gritó:- ¿Por qué lo has hecho? Es irracional…-No pude evitarlo-contestó el escorpión antes de desaparecer en las aguas- Es mi naturaleza.
El escorpión suicida es el retrato de alguno de nuestros compañeros de trabajo, de alguno de nuestros alumnos e, incluso, de nosotros mismos en algunas fatídicas ocasiones. Personas inteligentes y racionales con buenos propósitos iniciales que nos persuaden (cuando nos toca ser la ranita) de que esta vez van en serio, de que lo más lógico es cooperar con ellos y obtener todos un mutuo provecho. Pero al final no es posible, todo termina fatal y nos sentimos defraudados y engañados.
Si lo analizamos un poco más allá de nuestro narcisismo maltratado (bueno, en el caso de la rana fue algo más que su narcisismo) no se trata de un engaño, pues es un engaño ridículo, ya que termina también con la muerte del propio escorpión. Es un mecanismo más primitivo: el escorpión sabía racionalmente que no debía picar a la rana si quería cruzar el río y sobrevivir, pero una fuerza interior irresistible le impulsó a picar a la rana.
Este tipo de conflictos entre la razón y nuestros deseos se producen en nosotros muy a menudo y tienen terribles consecuencias. Ser capaz de conciliar esas dos fuerzas interiores con las que está dotado el ser humano no es fácil y las personas que poseen esa habilidad se distinguen de las demás por ser más sanas tanto física como mentalmente y por estar mejor integradas en su ámbito social y profesional.
La psicología ha denominado recientemente a esta capacidad con el nombre de Inteligencia Emocional. Sin embargo, debido en parte a la confusión terminológica y a la proliferación de libros sin demasiado rigor científico que surgieron tras el best-seller de Daniel Goleman (Goleman, 1995), ni los investigadores ni los educadores han tenido claro qué es la Inteligencia Emocional.
Para nosotros unos de los referentes más serios en este campo es la teoría de la Inteligencia Emocional (IE) propuesta por Peter Salovey y John Mayer (Mayer y Salovey, 1997), porque aporta un nuevo marco conceptual para investigar la capacidad de adaptación social y emocional de las personas. Su modelo se centra en las habilidades emocionales que pueden ser desarrolladas por medio del aprendizaje y la experiencia cotidiana.
Desde esta teoría, la inteligencia emocional se define como:
La habilidad de las personas para percibir, usar, comprender y manejar las emociones.
Desde su modelo la IE implica cuatro grandes componentes:
· Percepción y expresión emocional: reconocer de forma consciente nuestras emociones e identificar qué sentimos y ser capaces de darle una etiqueta verbal y una expresión emocional adecuada.
· Facilitación emocional: capacidad para generar sentimientos que faciliten el pensamiento.
· Comprensión emocional: integrar lo que sentimos dentro de nuestro pensamiento y saber considerar la complejidad de los cambios emocionales.
· Regulación emocional: dirigir y manejar las emociones tanto positivas como negativas de forma eficaz.
Estas habilidades están enlazadas de forma que para una adecuada regulación emocional es necesaria una buena comprensión emocional y, a su vez, para una comprensión eficaz requerimos de una apropiada percepción emocional.
No obstante, lo contrario no siempre es cierto. Personas con una gran capacidad de percepción emocional carecen a veces de comprensión y regulación emocional.
Esta habilidad se puede utilizar sobre uno mismo (competencia personal o inteligencia intrapersonal) o sobre los demás (competencia social o inteligencia interpersonal). En este sentido, la IE se diferencia de la inteligencia social y de las habilidades sociales en que incluye emociones internas, privadas, que son importantes para el crecimiento personal y el ajuste emocional.
Por otra parte, los aspectos personal e interpersonal también son bastante independientes y no tienen que darse de forma concadenada. Tenemos personas muy habilidosas en la comprensión y regulación de sus emociones y muy equilibradas emocionalmente, pero con pocos recursos para conectar con los demás. Lo contrario también ocurre, pues hay personas con una gran capacidad empática para comprender a los demás, pero que son muy torpes para gestionar sus emociones, porque sufren de continuos altibajos emocionales. En la Tabla 1 se presentan los componentes de la IE con diferentes ejemplos.
Tabla 1. Componentes de la IE con diferentes ejemplos.
Yo
Los demás
Competencia personal
Competencia social
Percepción
Auto-conciencia emocional
Conciencia interpersonal
Comprensión
Integración emoción/razón
Empatía
Regulación
Regulación de nuestros estados emocionales
Resolución de conflictos y gestión adecuada de las relaciones interpersonales
¿Por qué y para qué necesita el educador de estas habilidades?
Hay dos razones primordiales para ello:
La primera es altruista y con claros fines educativos. Las habilidades integradas en este modelo nos parecen de suma importancia y creemos que deben ser habilidades esenciales de enseñanza explícita en la escuela. La Inteligencia emocional influye de forma decisiva en la adaptación social y psicológica del alumno, en su bienestar emocional e, incluso, en sus logros académicos y su futuro laboral. Por ejemplo, los alumnos con poca inteligencia emocional tienen una autoestima más baja, mayor sintomatología depresiva y ansiosa e índices mayores de consumo de drogas. Pero para que estas habilidades sean adquiridas por los alumnos es necesario que el educador posea un nivel mínimo de inteligencia emocional. Porque, a fin de cuentas, en una sociedad que ha trasladado la mayoría de sus responsabilidades a la escuela (la enseñanza de los hábitos de higiene, la nutrición, la sexualidad, la moral,…), el educador es el único que puede generar y liderar el cambio emocional de nuestros hijos.
La segunda es más egoísta, pero igual de importante. El porcentaje de profesores con síndrome de estar quemado (burnout), con problemas de estrés, de ansiedad y trastornos de salud mental es creciente y está relacionado, entre otros factores, con las habilidades emocionales de las personas para afrontar inteligentemente esas situaciones emocionales que lo ponen al límite de sus recursos. Una posibilidad que tenemos si somos muy optimistas y creemos que la situación actual del sistema educativo mejorará gracias a la intervención de la administración, es esperar a que ese cambio estructural se produzca. Otra posibilidad para los más realistas es fomentar la Inteligencia emocional desde nuestros propios centros, generando ese cambio emocional tanto individual como colectivo. Ciertamente, la Inteligencia emocional no es una varita mágica que solucionará todos nuestros problemas. No va a evitar que me trasladen de centro, que tenga un horario terrible, que discuta con mis compañeros o que me aterren mis alumnos, pero disminuirá ese desgaste psicológico que amenaza con acabar conmigo y me permitirá volver a disfrutar de una labor fascinante como es educar.
Por último, ya seas ranita o escorpión, ya tengas que educar a ranitas o escorpiones, recuerda que la moraleja de esta fábula es bien clara:
La inteligencia emocional te será indispensable para cruzar el río de la vida con fortuna.
Para saber más
- Elias, M., Tobias, S. Friedlander, B. (1999). Educar con inteligencia emocional. Barcelona: Plaza y Janés.
- Fernández-Berrocal, P., Salovey, P., Vera, A., Ramos, N., y Extremera, N. (2001) Cultura, inteligencia emocional percibida y ajuste emocional: un estudio preliminar. Revista Electrónica de Motivación y Emoción, 4.
- Fernández-Berrocal, P. y Ramos, N. (2002). Corazones Inteligentes. Barcelona: Kairós.
- Gottman, J. y DeClaire, J. (1997). Los mejores padres. Madrid: Javier Vergara.
- Güell, M. y Muñoz, J. (1999). Desconócete a ti mismo. Programa de alfabetización emocional. Barcelona: Paidos.
- Shapiro, L. E. (1997). La inteligencia emocional en niños. Madrid: Javier Vergara.
- Vallés, A. y Vallés, C. (2000). Inteligencia emocional: Aplicaciones educativas. Madrid: Editorial EOS.
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Pablo Fernández Berrocal
Facultad de Psicología Campus de Teatinos, s/n 29071 Málaga
Email: berrocal@uma.es
3 comentarios:
Sí, ya sabía de la fábula y su moraleja. Ella me ha servido para opinar/ayudar a una amiga, pués hasta el día de hoy me dice que esa fábula le cambió la vida para bien, entonces; muchas historias dependiendo a lo que se quiera referir ( también a lo que realmente cuenta la historieta) nos puede ayudar, consolar, y ser mejores humanos como hombres.
Saludos.
aaaaaaaaaaaaaaaaa
luego continuo
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